Me he despertado con una palabra que por razones que no comprendo cuando la pronuncio me hace feliz, la palabra en cuestión es esternocleidomastoideo. Palabra larga donde las halla y además contundente. Creo en las palabras contundentes porque además de felicidad te aportan seguridad, repetir varias veces esta palabra y observareis que no se diluye, una palabra sin esta contundencia, a la quinta o sexta repetición se evapora, pierde su sentido. Esta no, cada vez tiene más contundencia, así pues, me la llevaré conmigo por lo menos el resto del día, toda ayuda para ser feliz es poca.
Estaba preparándome para salir a por el pan, cuando mi mujer me llama la atención, ha encontrado una mota de polvo encima de una mesita donde desayunamos, la cual, según mi cometido la tenia que haber limpiado, cosa que hice, pero parece ser mal. Si es que no puede ser, me dice, todo el santo día con la musa esa rondando Babia. Sabrá donde está Babia, me digo y sigilosos abro la puerta y me voy. Esternocleidomastoideo, OH!, que feliz. Llamo al ascensor y no sube, vivo en un catorce piso, no me hace ninguna gracia bajarlos andando y el caso es que no tengo otra opción, por que el traje que me compre no me atrevo a usarlo, es uno de esos que sirven para planear, con membranas entre las piernas los brazos y el cuerpo, que por cierto me sienta de maravilla. El traje es muy sencillo de manejar, abres las piernas y los brazos y con ligeros movimientos lo diriges a donde quieras, eso es lo que ponía en el manual, me he tirado desde la mesa al suelo y claro poco espacio para saber si el traje se atiene a lo que dice el manual. De momento bajaré andando y con optimismo con la palabra encontrada tarareando una pieza de Dire Straits.
El día está fresco y luminoso, me acerco a unos jardines que están al lado de casa donde los abuelos juegan con sus nietos, algo idílico, como ese nieto que le tira la pelota a su abuelo que torpemente trata de devolverla, como tarda un poco el nietecito de unos nueve años le increpa al abuelo, échame la pelota hijoputa. Me quedo parado, como una esfinge, el abuelo coge al fin la pelota y se la echa, sin más. No se que hacer, estoy bloqueado. Esternocleidomastoideo, por fin salió, aunque los sentimientos contrapuestos quedan ahí, coger al nieto y abuelo, al abuelo y nieto y, y, y qué.
Sigo con mi paseo a la panadería tratando de olvidar a esos dos seres humanos cuando al doblar una esquina, un individuo con una navaja en la mano me pide todo lo que tenga. Primero es la sorpresa, uno no espera una cosa así, venga, lo que tengas, me dice. Sin ponerme nerviosos le enseño mi monedero, setenta céntimos para una barra de pan, ¿me estás tomado el pelo?, me dice el caco, esto es lo que tengo, le respondo, regístrame si quieres, ah!, y además el reloj, comprado en un mercadillo por tres euros, pero va muy bien. Pero bueno, este oficio con la crisis se va al garete, me dice, no te pongas así, le digo, si quieres te llevas las zapatillas, no son muy allá, que te crees, me responde, no soy un basurero, soy asaltante de oficio y opositor a concejal de urbanismo. Hombre, pues hoy te puedo echar una mano, le digo, he descubierto una palabra que ayuda mucho, ¿una palabra?, me dice, sí, te la presto y verás, se llama esternocleidomastoideo. Se quedó abrumado, pensativo, con gesto brusco se metió la mano en el bolsillo y me dio cinco euros, echó a correr como un poseso dando saltos. Lo sentí por él, la verdad es que la cosa está rara.
Al llegar a la panadería me entero de que la barra de pan ha subido cinco céntimos. Tengo mis manías y es no dejar nunca a deber nada por mínima que sea la cantidad, entonces no caí en los cinco euros del caco, me vuelvo para casa a por los cinco céntimos que me faltan.
El ascensor sigue estropeado, madre mía, tengo que subir andando los catorce pisos y uno no está para trotes. Con volunta esfuerzo y descansando cada dos pisos llego por fin al mío exhausto, hecho polvo y con un ligero indicio de depresión. No me gustaría que mi mujer me viese y abro la puerta con sigilo, da lo mismo, tiene oído de tísica, oye lo que no tiene que oír y no oye casi siempre lo que le digo. ¿Trajiste la sal?, es lo primero que me suelta, ¿qué sal?, le digo, pues la que te pedí o es que estás tonto. Hasta ahí podíamos llegar, no me ha mandado a por sal, bajo voluntariamente todos los días a por el pan a la misma hora.
Esternocleidomastoideo. Me refugio en mi cuarto diciéndole que no se preocupe que bajo enseguida, no quiero ningún lío. Pienso que la palabra en esta ocasión no me ha dado resultado, no siento alivio, sobre todo por que pienso que tengo que volver a subir los catorce pisos andando, es posible que la esté gastando un poco.
Encima del ordenador tengo un retrato de las máscaras, Talía y Melpómene se supone que están detrás, escondidas, aunque para el caso es igual que estén donde sea, no serían capaces de dar solución a mi problema, ellas están en otro estadio. Claro que a lo mejor Melpómene tendría alguna idea aunque se aparte de su trabajo de musa. Me acerco a la máscara y le susurro mi problema, al otro lado me responde una especie de siseo leve, debe de estar en la siesta, por lo visto sestea a menudo. Me as oído, le digo, sí, me responde como de pasada, sin convicción, sospecho que no me oyó, espero un poco y toco la máscara por que el tiempo apremia. Escucha, me dice muy bajito, pego la oreja a la boca para oírla mejor y me suelta que me ponga el traje de hombre pájaro, planee hasta la panadería, de vuelta coja el ascensor del bloque de enfrente que tiene dieciocho pisos más la terraza y desde ésta, planee hasta la ventana de mi habitación, que la deje abierta. Y es que las musas están en todo, me pongo el traje rápidamente con un casco de ciclista que anda por ahí, que aunque no sea muy ortodoxo sirve para la ocasión, abro la ventana poniendo una silla para que no se cierre, me subo al alféizar y me viene el primer mareo y rugir de tripas, calculo en un segundo la altura, más o menos cuarenta y cinco metros. Al mareo se le junta el chocar de las rodillas y los dientes parecen unas castañuelas. El mundo es de los valientes, esternocleidomastoideo, y me tiro. Planeo a una velocidad que no lo podía creer, me muevo y no giro ni a la derecha ni a la izquierda, voy como una flecha al edificio de enfrente, atravieso un gran ventanal que pueda ser el salón ,destrozo por lo menos una televisión y un tabique y salgo por la ventana que está enfrente causando estragos en toda la casa, el choque aminoró la velocidad y me pego literalmente de frente con el otro edificio a eso del cuarto piso, como una salamanquesa, como si tuviese ventosas en todo el cuerpo, me voy descolgando por la pared lentamente hasta llegar a la acera. Me duele todo, un hombre que se acerca y me roza me provoca un aullido de dolor que se escucha en todo el barrio.
Estoy en el hospital enyesado como una momia, me han dicho cuantas fracturas tengo, me da igual, no voy a bajar a por el pan en meses.
Me parece que me equivoqué con la palabra, creo que se quedó corta, pero no importa, tengo la auténtica, esternocleidooccipitamastoideo.
Le he pedido a la enfermera con señas que con una segueta corte la escayola a la altura del codo y me ponga unas bisagras para poder mover el brazo, se negaba, pero al decirle que tengo un blog y esto ha de ser relatado se ha avenido con la chapuza, mis lectores son mis lectores, le estaré eternamente agradecido y le daré las gracias cuando pueda hablar.