martes, 17 de enero de 2012

EL PROTOCOLO




 He pasado por un mal trance y es que me han operado, una operación de lo más sencilla, pero que me tuvo por un tiempo acojonado. La culpa de todo era de un granito inverso, un granito para dentro, no que sale de la piel, sino que entra en ella, como un volcán si salvamos las diferencias. El granito de la barbilla es el protagonista de mi recorrido, primero visitando al médico de cabecera, el cual me mandó al dermatólogo, este sin darle apenas importancia me manda al cirujano plástico, que también apenas le da importancia pero que es mejor quitarlo, es más, me dice, si fuese usted mi padre el consejo sería quitarlo ya, puesto que tarde o temprano habrá que quitarlo, mejor antes que después. Le digo que él tiene la palabra y adelante. Lo primero me receta unas pastillas y varias citas: hacer una radiografía de tórax, análisis de sangre y un electrocardiograma, y con los resultados al anestesista. Me sorprende y mosquea, le digo que si esto tiene riesgos, me dice que no, y le vuelvo a preguntar si es peor que sacarse una muela, me dice que no, entonces, ¿todo esto por un granito?, le digo, a lo que me responde, por un granito o lo que sea, es el protocolo, coño!, el protocolo, ante esa palabra uno queda aturdido. Bueno, le digo, si es el protocolo.
  Empiezo con  los trámites, tomándome las pastillas en el ínterin, por supuesto sin leer las contraindicaciones no sea que del susto no llegue a la operación (hablaremos en su día esto de las contraindicaciones). Acabados los trámites y con el visto bueno del anestesista, que me dice que estoy como un roble, espero el día de la intervención ( por supuesto con descomposición).
  Cita en el hospital de día a las ocho de la mañana, montón de gente esperando para meterle mano por diferentes causas. A eso de las diez oigo mi nombre y claro casi me viene el desmayo, pero con valentía me repongo y alzo la mano. Un enfermero que lleva una silla con ruedas me quiere hacer sentar, le digo que a mi no me hace falta, que estoy como un roble, lo siento, me dice, pero tiene que sentarse, ¿ y eso?, le digo, es el protocolo, me contesta, ah, coño, el protocolo, y me siento, faltaría más.
  Bueno, pues lo de la sillita con ruedas no está mal, vamos por diferentes pasillos hasta llegar a lo que parece ser la antesala del quirófano, una habitación grande con separadores de plástico, donde entre dos de estos separadores me aparcan. Unos minutos y aquí tenemos a la enfermera que transporta una especie de percha donde cuelga una bolsa de plástico con un líquido transparente, y una bandejita con una jeringa, unos tubos y esos complementos para pincharle a uno. Madre mía, le señalo con el dedo tembloroso el artefacto abominable y le pregunto, ¿ para qué es eso ?, es una vía que le tenemos que poner para el suero y alguna cosa más, este usted tranquilo que no pasa nada, ya, le digo, pero si sólo es un granito, (la voz no me salía del gañote) y además estoy hecho un roble, póngaselo al vecino, por dios, me dice, eso no puede ser, tenemos que cumplir con el protocolo, ah, ( sin apenas voz ) si es el protocolo.
  Sumido en el más profundo espanto me llevan al quirófano, los cirujanos me saludan con una amabilidad sospechosa, creo son varios, empiezo a no distinguir, el caso es que empieza la verbena. Ni siete minutos, no me entero de nada, claro que no abro los ojos ni para ver la cara del que me manipula la barbilla. Siete, diez minutos, horas, no sé, aquello transcurre rápido, me parece, y de vuelta en la sillita a la sala de espera comunal, transportando por supuesto la percha con el líquido aquel. Me esperaba la mascarilla de oxigeno, los golpes en el pecho para reanimarme y una enfermera para el boca a boca. Nada de eso, me dejan aparcado en un sillón francamente confortable y que espere. La luz se va haciendo poco a poco y a comentar con los vecinos de una forma coherente, que ya era difícil. En estas situaciones el tiempo va con una lentitud exasperante, pero transcurre. Una enfermera me trae una manzanilla o algo similar, es para ver como tolero aquello, que lo tolero bien, (ya no digo lo del roble, no sirvió para nada) y más tarde, creo sobre la una, un sándwich, que me lo como y que me sienta de maravilla.
  Transcurre el tiempo más lento, espeso, han venido facultativos a verme para darme una palmadita en la cabeza y decirme, esto va muy bien, y yo se lo agradezco con una mirada blanda, ya me entienden. Por fin y a eso de las cinco, vienen y me quitan la jeringa del brazo, me ponen un algodón en el agujero, me dan un papelito con el alta y las recomendaciones oportunas y para  mi casa.
  Que alivio ver la calle y el azul del cielo (estaba despejado), que sensación de alegría, estaba vivo y tan vivo que estaba que empecé a pensar, pensaba en el protocolo y en el dinero gastado por su causa, la del protocolo, que sabios los protocolenses que milimetraban todo aunque fuesen fortunas por un simple granito. Primero me cabreé un poco por todo aquel gasto, pero después seguí pensando en los protocolos y sentía una cierta alegría que se iba alargando, era una iluminación. Un granito, madre mía, un simple granito volcánico, salí corriendo por la calle a la búsqueda de una enfermedad contundente, de esas que te pueden mandar al otro barrio.¿Cómo será ese protocolo?
  

2 comentarios:

  1. Hola Frankí he visto que has seguido escribiendo en este blog, ¿no tiene nombre? solo Franki Salbia?, bueno es igual, lo importante son los tems...
    Mi hijo pequeño (27 años)que vive conmigo tuvo un "granito" hacia dentro también pero se lo solucionaron sin cirugía, es un latazo.
    Me gustaría seguirte pero no veo dónde tienes los seguidores así que lo haré por mi cuenta.
    Besos Franki,

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  2. Muy bueno. Y una pregunta, Franki. ¡Cuántos fiambres habrá a cuenta del protocolo!

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