Comencé a ver el carámbano tal que el miércoles, de madrugada, no más grande que un pulgar, reluciente, límpido, frío. Le he visto crecer poco a poco y esa noche, la del miércoles, no he dormido. Con una linterna me he dedicado a observar su crecimiento, lento pero firme, muy lento pues a partir de medianoche no crecía precisamente por el intenso frío. Al notar su parálisis, abandoné por un momento su observación para tomar un caldo caliente, doce grados bajo cero lo aconsejaban.
Ni un desmayo durante el jueves, viernes, sábado y domingo, si acaso una ligera cabezada dentro de la capucha del anorak.
Todo ese tiempo viendo crecer esa estalactita imparable, con su parsimonia y mi lentitud en la observación.
Todo un gozo que se esfumó cuando aterrado vi venir a los del servicio de limpieza arrasar con sus picos todos los carámbanos que colgaban de las techumbres. No esperaron a una muerte digna.
lunes, 11 de enero de 2010
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Si quieres cooperar y escribir de lo que te parezca me lo dices.
Amigo, el simil lo podías aplicar a tantas cosas.
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